viernes, 27 de agosto de 2010

MASACRE DE DELFINES


Cada mes de Octubre, todos los años, las costas de Taiji, Japón, se tiñen de sangre. Las cifras de bajas entre la comunidad de delfines en este acto tan cruel y sin sentido alguno oscilan entre 20.000 y 23.000 ejemplares. Solo en cinco años de 100.000 a 115.000 delfines habrán sido cruelmente asesinados por los “refinados” paladares japoneses.

El método utilizado es el “drive fishing”; los animales se acercan a las costas, despistados por los sonidos que provocan y que los desorientan y atemorizan por completo. Una vez acorralados en aguas bajas mueren a palos. Además a menudo hieren deliberadamente a algunos de ellos para retener a los miembros de su familia, ya que los delfines nunca abandonarán a un miembro de la familia que está sufriendo. Los pescadores proceden a estrechar las redes para cerrar las salidas a mar abierto. La mañana siguiente, comienza la matanza: los pescadores utilizan lanzas y garfios para apuñalar y desangrar a los animales que no tienen posibilidad de escapar.

Otros ejemplares tienen más “suerte”, se salvan de la muerte solo para ser vendidos a la industria del entretenimiento, donde serán encerrados de por vida, sin ninguna posibilidad de volver a estar en libertad.



¿Por qué se cazan los delfines?

Los objetivos de esta captura son dos: la producción cárnica y la caza de ejemplares vivos para cautiverio.

La mayor parte de los delfines acaban siendo parte de la producción cárnica, en la cuál son literalmente acarreados en camiones a mataderos cercanos donde mueren degollados y desangrados. La carne, rotulada como “carne de ballena”, satisface el consumo de la población japonesa e internacional, donde tienen cada vez mayor demanda.

Esta cacería anual es la mayor matanza de delfines en todo el mundo y se perpetua a causa de los esfuerzos de la mayoría de los japoneses por esconderlo al público.

Por su parte, la captura de ejemplares vivos (generalmente hembras jóvenes) para delfinarios y parques acuáticos (para sus programas de ‘Nadar con delfines’) las condena a vivir hasta el último de sus dí¬as confinadas en piscinas como entretenimiento. La industria de los delfines en cautiverio nos muestra una imagen en que ellos se erigen como ‘salvadores’ del destino de los delfines como plato principal. Eso no es verdad. Los delfines y otros pequeños cetáceos capturados para la cautividad representan un valor comercial mucho mayor para los pescadores japoneses que la venta de su carne para consumo. La multimillonaria industria de los delfines para cautividad no está salvando a los delfines de la muerte. Están ayudando a mantener esta práctica cada vez que hacen de la pesca provechosa para los pescadores y la industria pesquera. Esto debe ser detenido.



Datos económicos…

Y ahora vamos a la parte que más les importa y les gusta a los pescadores japoneses artífices de esta masacre.

Los datos económicos son para ponerse a temblar, si aún no se ha empezado; mientras que un ejemplar para el consumo de carne local se paga a unos 440 euros, los especímenes vivos que llenarán los «parques de atracciones», se pagan a unos 110.000 euros. Un comercio muy lucrativo que el Gobierno no puede justificar ante la comunidad internacional como pesca científica ni como parte de sus tradiciones milenarias. Son miles las asociaciones y expertos dedicados a la conservación de los delfines que exigen el fin de las matanzas indiscriminadas y secretas que se llevan a cabo en las costas niponas bajo la única mirada de las estrellas. O así ha sido hasta ahora.



Cazas milenarias

Las islas Feroe, 18 islitas aisladas del Atlántico Norte –región autónoma del Reino de Dinamarca–, son el escenario de la salvaje captura de calderones que se lleva a cabo cada año en mayo ante las críticas de todo el mundo y con el consentimiento de la legislación internacional que permite que perviva esta tradición popular. Cuando el momento llega, sus habitantes se lanzan al mar en barcas. La espera es tensa, hasta que la primera embarcación divisa a los animales. A partir de ese momento una lluvia de piedras y las maniobras de las naves las empujan hasta la bahía. El retorno al mar es imposible. Sólo se matan unos 2.500 ejemplares al año, según Doreta Bloch, bióloga del Departamento de Zoología de las Feroe.

Estos grandes mamíferos marinos han vivido, gracias al hombre, una larga y violenta historia, que en muchas ocasiones a puesto en serio peligro su permanencia en la naturaleza. La caza de ballenas ha acompañado a las diferentes culturas hasta 1986; año en el que la Comisión Ballenera Internacional (IWC en sus siglas en inglés), tras cuarenta años de vida, prohibió la caza comercial de los grandes cetáceos. Países como Japón y Noruega consiguieron arrancar permisos especiales con la excusa de la investigación científica, aunque estas cazas se hayan llevado a cabo en ocasiones en santuarios protegidos. Quizá la simple observación no fuese suficiente. Islandia, ignorando la moratoria de la IWC, recuperó la caza comercial de ballenas en 2006. Según datos del IWC, sólo la población de ballenas azules en el hemisferio sur ha descendido desde 240.000 ejemplares a tan sólo 1.700 especímenes. A pesar de los tratados y las supuestas buenas intenciones, el exterminio ha aumentado desde 556 animales en 1993 hasta los 1.853 en 2006.

Sin mencionar que los métodos para matar a las ballenas no han cambiado mucho con los años. Los arpones, que mitos de la literatura como el del capitán Acab han inmortalizado, se han modernizado con la aparición de explosivos que intentan esconder el sufrimiento del animal. Pero según IWC, el 60 por ciento de las ballenas no muere inmediatamente y tarda varias horas en fallecer. Pero, ¿quién vela por los pequeños cetáceos? Cuando la IWC estableció, hace 24 años, la moratoria para la caza de ballenas, no incluyó a las especies más pequeñas.



Un mar de legislaciones

Aunque hay tratados regionales que impiden su caza, cuando la tradición se mezcla con el vacío legal internacional el resultado es terrible. Se estima que unos 30.000 ejemplares mueren cada año por la caza. «Muchos miembros del IWC aceptarían que las leyes sobre caza se aplicasen a todos los cetáceos, pero muchos otros han argumentado lo contrario. La moratoria hace muchas excepciones, como la caza aborigen o la caza por motivos científicos, como asegura Japón», explica Pierce Graham, profesor de Biología de la Universidad de Aberdeen (Escocia).

Hay varios convenios que protegen a estos mamíferos a nivel regional: Accobams, encargada de la conservación de cetáceos en el área mediterránea y el Mar Negro y Escoban, que vela por las especies del Báltico, la zona noreste del Atlántico y el Mar del Norte. El CITES prohíbe el comercio internacional de especies protegidas, el Convenio de Bonn o convenio de especies migratorias y el Convenio de Berna que establece especies prioritarias de interés dentro de la UE, el delfín mular (con unos 12.600 ejemplares en las aguas costeras de la Europa atlántica, en datos de Océano ) y la marsopa (unos 385.000 en estas aguas), y la obligatoriedad de los Estados de declarar zonas protegidas para estas especies.

Un mar de legislaciones a las que se intenta sumar un tratado en ciernes para la zona del África Atlántica, desde Marruecos hasta Sudáfrica y la inclusión de medidas especiales para la Macaronesia (Islas Canarias, Cabo Verde, Madeira y Azores).

Los cetáceos, científicamente se dividen en aquellos que tienen barbas (las ballenas, que utilizan un sistema de filtrado para alimentarse) y aquellos que tiene dientes. Se clasifican también por tamaños, en grandes: ballenas y cachalotes pequeños, como los delfines comunes (que miden unos dos o tres metros de media),mulares, grises y los medios: como el calderón, la orca, la falsa orca y los zífidos. De estas 80 especies, a las que se incorporan nuevos descubrimientos, existen infinidad de datos, aunque no globales. La contabilización en aguas profundas y la variabilidad de localización de los tipos complica bastante los cómputos totales. Lo que no se pone en duda es que el más abundante es el delfín mular y el común, incluso en nuestras costas. «En nuestras aguas hay unos ocho o diez tipos, pero predominan el delfín común, lo mulares y las marsopas. En aguas más profundas se pueden encontrar delfines comunes y listados, sobre todo, o especies más grandes como el calderón o el delfín gris», explica Santiago Lens, investigador del Instituto Español de Oceanografía y representante español en las reuniones del IWC.

Entre todas estas especies, 36 aparecen en la lista roja de especies amenazadas del IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) dos de ellas con especial peligro: el Baiji, un delfín de río únicamente localizado en China, que está en riesgo crítico de extinción y la vaquita marina del Golfo de California, que tan sólo cuenta con 150 individuos. «Los datos de los que se dispone son estimaciones. No hay un conocimiento detallado. Es probable que sean datos muy a la baja», explica Silvia García, científica marina de Océano (organización internacional que trabaja para proteger los océanos).

1 comentario:

  1. los delfines nunca abandonarán a un miembro de la familia que está sufriendo.... pues que decir no??


    la verdad una nota interesante pero desgraciadamente triste que mal que todavia halla gente insenzata que maltrate a los animales y mas a los delfines que son muy inteligentes....



    M.v.z Felipe Gonzalez Sanchez

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